Pongámonos en la hipótesis más lamentable y consideremos que las palabras de la alcaldesa de Valencia y de su concejal de tráfico a propósito de los atascos no son más que ganas de echar leña al fuego contra el Gobierno central, sacudiéndose de encima sus responsabilidades. Puesto que nosotros lo estamos haciendo bien en la ciudad, y las grandes carreteras son asunto de ZP, así vienen pregonando, la culpa del atasco es de éste.
Es que si nos situamos en el otro supuesto, el de que de verdad se creen lo que dicen (no muy lejos de lo que piensa la mayoría de la clase dirigente) es para empezar a preocuparse de veras, porque entonces tenemos que concluir que padecen un atasco mental, y eso no se cura fácilmente. Confundir los síntomas -atascos- con la enfermedad -hipertrofia del modelo automovilístico- se puede disculpar a un ciudadano de a pie, pero no a quien lleva gobernando una gran ciudad durante quince años. O a quien, como el alcalde de El Puig, reclama un tercer carril en la autopista «porque las colas son interminables», al tiempo que su pueblo alimenta la espiral con nuevas urbanizaciones que dependerán del coche para casi todo. Menos comprensible resulta la airada reacción de la mayoría de los medios de comunicación sumándose a la orgía de obras para solucionar -según la opinión mayoritaria- el problema.
Hasta un bebé sabe que es imposible solucionar el problema con la lógica dominante. Él no puede tragar toda la leche que el biberón le proporciona cuando está desganado y éste no puede darle toda la que necesita en un ataque de glotonería. La física tiene sus leyes, y si en la ciudad, la velocidad media del flujo circulatorio no supera los 25 km/h y los límites máximos están en 50 (otra cosa, señora Barberá, es que usted no los hace cumplir), pues es de cajón que no podemos inyectarles corrientes de coches que llegan alegres a 120 km/h o más sin producir atascos, así de sencillo.
Pero hay otra lógica urbanística menos defendible y es que esta hoguera de los abusos motorizados se viene agitando desde hace decenios, y ahora estamos llegando al límite. Alimentada desde el interior de las ciudades, con políticas de atracción, como la facilidad-permisividad para aparcar, y también desde el exterior, con las nefastas políticas de carreteras de todos los gobiernos, incluido el actual, a base de estimular el uso del automóvil contra toda razón ambiental, social y económica. En el fondo, el fomento de la dispersión urbanística que conlleva estos costes que pagamos todos.
Un modelo diseñado por y para el vehículo privado, sin las mínimas limitaciones, lleva a esta situación. Ya no se conforman con atiborrar las calzadas, inundando todo el espacio urbano de humos, ruido y suciedad, ahora también invaden las aceras, ante la pasividad de las autoridades. ¿Qué se puede esperar de un gobierno municipal que ni siquiera es capaz de acabar con el escape libre de las motocicletas y el aparcamiento en las aceras?
¿Atascos? ¿Se han parado a pensar los que sufren a diario, llueva o haga sol, los usuarios del transporte colectivo, que casi nunca protestan porque no tienen voz?
Bastarían unas cuantas medidas de sentido común, de urgencia, para salir del paso, mientras debatimos y preparamos un cambio profundo, el final del modelo todo para el automóvil. Nada que no esté inventado y que suele funcionar: habilítense en los principales accesos, y en horas de máxima afluencia, carriles sólo para el transporte colectivo y para coches con dos o más ocupantes. Ciérrese al tráfico indiscriminado el centro histórico de la ciudad y evítese que siga funcionando como un atajo. Refuércense los servicios de transporte colectivo en horas punta. Despejen los carriles bus en la ciudad para que este servicio sea eficiente? En definitiva, mejor gestión de los recursos disponibles, y menos inversiones costosas en infraestructuras que realimentan el atasco.
Son medidas aplicadas con éxito en muchas ciudades, convencidas de que automóvil y ciudad son aspectos difícilmente compatibles si de verdad se desea que las áreas urbanas sean habitables y sanas.
* Ingeniero de Caminos
Botemos a los políticos corruptos
No hace falta que los creyentes religiosos me quemen en su hoguera por mis blasfemias.
Ya me castigará su dios en el más allá
15 noviembre 2006
Atascos... mentales
Adjunto este artículo aparecido en el diario Levante sobre el tema de los atascos en la ciudad de Valencia escrito por Joan Olmos (se puede extrapolar a cualquier ciudad española)
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