Quiero transcribir este artículo de Rosa María Artal. Todos los méritos para ella.
Las mujeres tenemos en la mano nuestra liberación
Todo seguirá como estaba en Irán, tras el triunfo en las urnas del actual presidente Ahmadineyad. Mujeres tapiadas en vida, acuden a votar en Teherán, según la foto de El País. Pero también hemos visto pañuelos livianos y gafas de diseño. Un germen de rebeldía femenina que puede –y debe- prosperar. Según cuenta la enviada especial del mismo diario, Ángeles Espinosa, hasta amas de casa maduras se han quejado de la obligatoriedad de ir cubiertas como símbolo de represión.
Hice varios reportajes -a mi iniciativa- para tratar de entender la situación de la mujer en el mundo musulmán. Las residentes en España aseguran que usan el “hiyab” porque quieren, es su deseo, es su cultura. Sólo hablan si les da permiso el marido. En Granada, unos jóvenes universitarios marroquíes me explicaron con detalle las razones de su uso: el pelo de la mujer les excita, y sólo el hombre “adjudicatario” tiene derecho a verlo y excitarse. En efecto esas sombras cubiertas que vemos por las calles, se visten de gala en casa, se maquillan y se sueltan el pelo, pero sólo para sus maridos. El líder libio Gaddafi acaba de decir en Roma: ”En el mundo árabe e islámico la mujer es como un mueble que se puede cambiar cuando quieras y nadie te preguntará por qué”. Un mueble hermoso, en caso contrario no sirve.
En el extremo, las desgraciadas mujeres afganas, tratadas peor que animales. Allí rige el “burka” que sólo permite unos agujeros con red, a la altura de los ojos, para poder ver. Una nueva ley autoriza la violación dentro del matrimonio, ante el silencio internacional. La caída del gobierno talibán iba a darles autonomía, para ello -entre otras cosas- mandamos soldados occidentales, pero no ha ocurrido en la práctica, incluso han legalizado los abusos contra la mujer.
Las mujeres españolas vivimos con intensidad el triunfo de la “revolución iraní” en 1979. El muy discutible Sha Reza Palhevi, pro-estadounidense, había occidentalizado el país y las mujeres persas, sin pañuelos, eran las más avanzadas de la zona. El ayatolá Jomeini volvió a enclaustrarlas. Ahora pretendían liberarse. No lo han conseguido. Pero lo harán. Esas madres musulmanas que llevan a sus niñas tapadas por las calles españolas, las propias niñas que estudian en los colegios “Educación para la ciudadanía”, por ejemplo, tienen la llave para el cambio. La mujer será quien, con su liberación del yugo masculino, acabe con los atrasos del mundo islámico.
Seguimos con atención a las iraníes, porque las españolas estábamos embarcadas en la misma tarea. Había que acabar con el tratamiento de retrasadas mentales que nos había impuesto el franquismo. Ya sabéis la lista de cosas que no podíamos hacer sin permiso de un varón. Incluso se exigió, hasta un determinado momento, ir a misa con velo, también con velo. Y las monjas españolas poco difieren en sus atuendos de cualquier mujer musulmana, aún hoy.
Pero éste es el modelo que ofrecemos a cambio:
Las mujeres occidentales también usamos velo: la cirugía estética, el maquillaje, las dietas imposibles. Y no nos esclaviza el hombre en este caso, sino nosotras mismas y la sociedad de consumo. Veo el bombardeo de anuncios en las teles: falsas cremas milagrosas que no devuelven la juventud, ni tienen porqué hacerlo. Y dietas, muchas dietas, más productos prodigio. Nos hemos acostumbrado a ver modelos cuyas mejillas se hunden por el hambre y con unos culos que no son tales. ¿Qué atractivo sexual puede tener estas carrilleras, estas cocochas, sustentadas en huesos? A cambio, la mujer se abulta los senos con implantes mamarios, totalmente perceptibles en buena parte de los casos.
Entre la obesidad como problema serio, y este modelo estético que ha calado, está la lógica, la naturalidad. Siempre he dicho que a Marylin Monroe la hubieran puesto a dieta de inmediato, de vivir en nuestro tiempo.
Y las arrugas. De la película sueca “Los hombres que no amaban a las mujeres”, me llamó poderosamente la atención, que la directora de la revista Millenium ¡tenía arrugas!, ¡por dios, una actriz de cine con arrugas! ¡Una mujer con arrugas! Es muy infrecuente verlas en escaparates públicos. También este mensaje se impone, al punto que a mí misma, que me rebelo, me produce cierta incomodidad mostrar el rostro que corresponde a mi edad, ante alguien que encuentro por primera vez. Casi ninguna de mis amigas lo tiene, gastan fortunas en desgraciarse a cambio de una piel más o menos lisa.
Y el maquillaje. A causa de una prisa, tuve que comprar el otro día en una perfumería cercana un delineador de ojos. Sólo había “de marca”. Es decir, no encontré nada por menos de 26,50 euros, de Dior. 2,5 ml. Es decir, que el litro cuesta 10.600 euros. Hasta ahora la tinta de impresora, a 4.000 euros el litro, se había computado como el líquido más costoso, por encima de la gasolina, los perfumes, o el champán Don Perignon. Yo compro habitualmente un delineador en Mercadona por 5 ó 6 euros y es incluso mejor. 150 euros puede costar una crema antiarrugas“de marca” para el rostro, en Inglaterra hace furor una de 20 euros, “sin” marca. Y que, al parecer, funciona algo más que las demás que es nada. Pero empiezo a sentirme estúpida -más vale tarde que nunca- al someterme también a esas esclavitudes nada inocuas.
En resumen, la mayor parte de las mujeres del mundo precisan liberarse de ataduras y sólo nosotras podemos dirigir ese cambio, al que debieran sumarse los hombres porque estamos hablando de culturas y sociedades que afectan a nuestra estructura.
Respecto a nuestro modelo, así concluía una Cuarta Página mía de El País, el verano pasado. Nada ha cambiado desde entonces, ha empeorado.
“Todo icono refleja a la sociedad que lo crea. Muchas buscaron -desde los griegos- armonía, equilibrio, perfección. El siglo XX se inicia con una explosión de creatividad y rebeldía. La misma que -algo más ingenua- impregnó los sesenta, exuberantes y coloridos. La mujer, entretanto, engordó y adelgazó al ritmo que le marcaban y siembre hubo de ser joven.
Nuestra sociedad de hoy parece querer borrar surcos y matices, peso. Allanar también el pensamiento. Compartimentar, para aislarnos y enfrentarnos. Su imagen -enjuta, sintética, plastificada- podría simbolizar su inconsistencia en los frágiles hilillos que constituyen las piernas de las modelos. No es casual. Los mismos entes que producen niños planos, aspirantes a famosos, consumidores desde ahora y para siempre, cercan a las demás generaciones. Planchar rostros genera beneficios económicos, contratar en el trabajo a jóvenes inexpertos, menos costo. La insatisfacción permanente, vulnerable desasosiego, o rendición. ¿Dignificar la escala de valores imperante es tarea imposible? ¿Será, aún, verdad que las ideas, la ilusión, la imaginación y el coraje cambian el mundo? Puede que haya llegado la apremiante hora de comprobarlo. A cualquier edad”.
1 comentario:
Importantísimo artículo que me he archivado para leerlo de vez en cuando. Gracias por hacérnoslo llegar. Un abrazo
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